La muerte de Guzmán
19 de septiembre de 2021|columnas
Que difícil es ser Dios en este mundo terrenal para quien creía ser alfarero de la nueva revolución mundial y osó elevar “su pensamiento” a niveles superlativos. Así inicia el título que Carlos Iván Degregori dedicó a su trabajo donde estudia la violencia sobredimensionada con que Abimael Guzmán matizó a su organización y a su propia figura, como el profeta.
No solo Degregori logró examinar el enmarañado sistema de ideas y accionar con que el senderismo se articuló. Los estudios sobre Sendero tienen varias entradas; más de un investigador, ya en las últimas décadas de concluida la guerra interna, ha trabajado sobre este periodo. Por eso sorprende cuando se oyen voces que “reclaman” que no se hacen suficientes esfuerzos que satisfaga eso de que “quien no conoce su historia está condenada a repetirla”.
La literatura es abundante; desde el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), las investigaciones nacionales y extranjeras, las realizadas por las FFAA y hasta las confrontaciones de miradas de los contrarios como las que aparecen en La guerra senderista. Hablan los enemigos de Antonio Zapata. El problema, entonces, no es la falta de información, es la actitud esquiva o, en el peor de los casos, el negacionismo de los hechos desde el discurso oficial. La hipocresía llega a tal descaro que proponen anular de los planes educativos el periodo de la guerra interna surgida en los 80.
Por todo eso es que la muerte de Guzmán se convirtió en el tema principal de la agenda nacional por varios días, motivando enconadas propuestas para decidir el destino del cuerpo hasta penosas escenas de histrionismo protagonizadas por ciertos políticos y ciudadanos de derecha. La verdad es que tampoco el gobierno ha sabido encauzar mejor la situación y el debate, y se ha movido, otra vez, al compás de las fuerzas conservadoras.
La muerte del líder senderista no ha salido de la órbita del discurso del terruqueo. No es casualidad, existe un fuerte componente de poderes interesados en gastar una estrategia empeñada en desvirtuar la historia y mantener una sombra de zozobra constante en la sociedad.
Si se supone-según versión oficial- que el enemigo del Estado ha sido vencido y que se ha consolidado la llamada “pacificación nacional”, entonces ¿qué necesidad hay de atormentar diariamente a la ciudadanía con el fantasma del terrorismo y de etiquetar como “terruco” a las voces discrepantes? Por si fuera poco, se escucharon gritos que parecieron venir del medioevo y que exigían la exhibición de los restos de Guzmán. En esos términos es como se redujo todo el debate: al tratamiento del cuerpo del enemigo, como si la respuesta a todos estos años de conflicto fuese la de ofrecer un espectáculo de escarmiento del derrotado ante la sociedad.
Todavía permanecen expuestas las secuelas del conflicto armado interno y queda mucho por reparar. Lastimosamente algunos cabalgan sobre el sufrimiento, las emociones y las pasiones de la sociedad y descartan todo ejercicio que conlleve al reconocimiento de las vigas estructurales sobre las que se sostiene, que al fin y al cabo son las que mejor pueden explicar nuestra historia.
Esta estrechez de enfoque, por un lado, impide ver la relación entre violencia y política que ha existido-y existe-en el Perú. La violencia política no nace con Sendero ni es posible que se agote pese al ocaso del senderismo. Este fenómeno ha estado muy asociado en numerosos momentos de nuestra historia.
En el siglo XIX, ocurriría el golpe de estado promovido por los hermanos Gutiérrez, que encontrarían una escalofriante muerte al ser ejecutados, sus cuerpos colgados en la Catedral y luego arrojados a la hoguera en la Plaza de Armas de Lima. En el siglo XX, en los 30, el APRA protagonizó la llamada “revolución de Trujillo”, que fue el levantamiento armado que le costó la persecución y fusilamientos de militantes y que tendría como desenlace el asesinato del presidente Sánchez Cerro. Para los 60 se desarrollan diversas experiencias guerrilleras inspiradas en los movimientos revolucionarios que estallaron en el mundo, especialmente en Latinoamérica. Como vemos, el fenómeno de la violencia política ha estado muy cercano en la sociedad peruana antes de Sendero, pero con otros protagonistas.
Por otro lado, la conducta de azuzar el tema de la muerte y exponerla como una suerte de triunfo de la sociedad ante el terror, no contribuye en la superación de las heridas que ha dejado la guerra interna, por el contrario, incurren, paradójicamente, en un sentido semejante como el senderismo se identificó con la muerte. Parece que no hubieran comprendido nada de ellos.
Sendero hizo uso del lenguaje de lo simbólico para construir un relato y mecanismos de movilización de su aparato ideológico y organizacional. Las permanentes alusiones al martirologio, al sacrificio y a la muerte en sus discursos, constituyeron componentes vitales en su desarrollo. Sendero tuvo la capacidad de convertir un hecho tan luctuoso (como fue la matanza en los penales en junio de 1986) en un factor cohesionador, de tal modo que pasaba del terreno discursivo a una ofensiva inmediata contra el Estado al presentar la muerte de sus presos como un triunfo moral, político y militar.
Un día después de la muerte de Guzmán, se cumplía un año de su detención ocurrida en 1992. Ese año parecía que la alegoría del genio y la botella estaba representada en el encierro perpetuo de un personaje que había extremado el recurso de la violencia apelando al fanatismo y la irracionalidad. Se percibía una sensación generalizada de alivio en la sociedad, como si la violencia desatada en siglos se hubiera concentrado en una sola persona y que no saldría jamás, decía Degregori.
Los años que vinieron evidenciaron lo contrario. La violencia continuó expresándose de otras maneras y, desde el 90 hasta hoy, subsisten algunas de las condiciones que le sirven de germen. La discriminación social, el racismo, la desigualdad, entre otros problemas sociales, son los verdaderos “genios” y las razones que urge atender, precisamente para no repetir fenómenos de violencia política y social tan estremecedores como los que ha vivido nuestra sociedad.